¡Yo también jugué fútbol!
Como todo niño indeciso me
inscribí en muchos deportes, desde natación, patinaje, ajedrez y hasta fútbol, que
fue en el que más tiempo duré.
Debo aceptar que no me iba nada
bien, mi posición era defensa y,
particularmente, me la pasaba jugando y haciendo dibujos en la arena. Claro, yo
he tenido mis dotes artísticos, pero ¡Danilo ese no era el momento! ¡Tenías que
defender! Sin embargo, daba mis “guayazos” a todo el que pretendiera meter el
balón en el arco.
Resulta que en el equipo había
otro niño sin mucho talento o, como le decían en ese entonces, “marranito”. Me
aliviaba saber que éramos dos y que yo no era el único que nunca metía un gol
y, a veces, ni tocaba el balón; no obstante, un tiro de esquina cambió todo: La
pelota le rebotó por accidente en la rodilla de mi compañero e hizo el gol
¿Cómo esto es posible? ¿Suerte de principiante? No lo sé, pero así sucedió.
Salí del partido muy aburrido,
cogí la bicicleta de mi papá y me les adelanté (ellos siempre iban a verme “jugar”). En un descuido de mis padres
y, por supuesto mío, una moto me atropelló. No fue grave, unos cuantos puntos
en la rodilla y el final de mi carrera como deportista profesional en el fútbol
¡Sí! ¡Porque aunque no lo crean yo quería ser el mejor!
Me recuperé satisfactoriamente y,
en ese tiempo, tomé la decisión de no volver a patear un balón. Así fue como
mis padres buscaron alternativas y acudimos a Oscar, en ese entonces el
encargado de la selección municipal de baloncesto. Me inscribieron en esta,
pero con un gran problema: Solo éramos dos hombres. Claro, porque para esos
años el baloncesto era visto como un deporte femenino. Recuerdo que muchas
veces jugué partidos con ellas y, desde la tribuna, me lanzaban insultos y
burlas. También, dejé de participar en torneos por falta de equipo; sin
embargo, poco a poco fui convenciendo a mis amigos del colegio para que
hicieran parte del equipo y fue así como logré reunir los suficientes para
competir como tanto lo deseaba.
Como dato curioso, mi primer
uniforme tuvo el número 9, por la fecha de mi cumpleaños; sin embargo, el resto
de mis uniformes han tenido el 14. Es bien particular y gracioso, porque cuando
estaba en sexto de bachillerato era fan de High School Musical, y como buen seguidor
quise imitar a Troy Bolton con su número de camiseta. Con los años me acostumbré y se volvió normal
tener que jugar con este dígito.
Ahora ya no me entrenaba Oscar,
ahora era Jota, quien se convirtió en mi amigo incondicional. Participamos de
diferentes campeonatos, jugué con otros equipos, fui selección Antioquia y me
lesioné. Afirmativamente, tuve una subluxación de rodilla izquierda, la cual me
obligó a retirarme de las canchas por al menos un año y medio.
Nadie lograr imaginar la
desesperación, el dolor y la frustración de un deportista que alcanzando la
cima se cae de tal manera. Pero el amor por el baloncesto me mantuvo intacta la
fe en recuperarme y, aunque hoy no juego igual y tengo mis limitaciones en
ciertos movimientos, trato de entregar alma, vida y corazón por la pelota
naranja. La misma que me ha dado los mejores momentos de mi vida, me ha
ofrecido valiosos amigos, me ha llevado a lugares maravillosos y, sobre todo,
me ha enseñado el valor de la disciplina.
14 años después sigo jugando
baloncesto, quizá no con el mismo talento. Pero sí con la misma pasión. De eso
no cabe duda.

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