Biografía
Mis padres me quisieron llamar Danilo, así que ese me tocó como nombre. Durante mi época de colegio solía ser de los primeros en la lista, por el Betancur. Ni modo pedir que revisaran la tarea apoyándose en el segundo apellido, porque Giraldo estaba cerca. Por eso se me hacía vital llegar con las tareas hechas al salón.
Siempre amé las artes plásticas, las matemáticas y educación física, como todos. Odié materias como sociales, filosofía y español o, castellano; no obstante, la vida da mil vueltas, y ahora soy estudiante de Comunicación social, en la Universidad Católica de Oriente. Y claro, al presente sí hago mis trabajos.
Me apasiona escribir, aunque a veces mis obligaciones académicas me presionen a hacerlo. Soy inquieto por el mundo digital, las redes sociales y todo lo que sea visualmente atractivo.
Siempre he jugado baloncesto, o al menos desde que lo recuerdo –no quiero recordar cuando practiqué futbol y fui todo un fracaso-. Es que yo era de los que jugaba de defensa y, en realidad, me quedaba dibujando en la arena.
¿Qué me gusta? Todo, o bueno casi todo. Suelo ser muy ‘todoterreno’, parcho donde sea, siempre he dicho que lo importante es la buena compañía que se tenga en el momento. Amo el cine, amo comer, reír y dormir. En ocasiones me las doy de modelo, filósofo, Cohelo e ‘importaculista’, esas son mis máscaras.
Me embriago de vez en cuando, me gusta la rumba y sufro de pereza crónica todas las mañanas. Soy espontaneo y extrovertido; sin embargo, mi piel blanca delata cuando sufro de pena, pareciera voy a explotar o ser un tomate de esos de aliño. Soy romántico, a veces en exceso. Me aguanto a mí mismo en aquellos días del mes donde me da la crisis existencial, o ‘malparidez’ como le llaman mis amigos. En esos días suelen compararme con un semáforo: mi humor cambia eventualmente.
Mi mamá dice que aún soy un niño, aunque tengo 23 años de edad, mido 1,82 y, obvio, quiero crecer más. Sí, física y profesionalmente. Ambiciono mucho, demasiado. Creo que debemos soñar cada día cosas grandes, sin dejar de tener los pies firmes sobre la tierra.
Si del corazón se trata, el amor de mi vida es mi hermana, mi mamá es mi media naranja y mi papá mi alma gemela. Amar no sé, pero estoy aprendiendo. La embarro cien veces al día, pero siempre trato de arreglarlo. Creo que voy a morir solo, o al menos, con siete gatos. Seré el tío rico de la familia, ese que visionamos con una copa de licor, un tabaco, su sofá de cuero y una pijama de unos mil dólares.
Es que nadie quiere a alguien que gusta del alcohol y la pornografía. Nadie quiere a su lado alguien malhablado y que coma de más. De verdad, no creo que alguno de ustedes pretenda estar con alguien que no se peina con frecuencia, que no sabe hacer de comer y, aunque no lo crean, egoísta y efímero; no obstante, como diría Mercedes Reyes Arteaga: “Pero si lo quieres, si me quieres y te arriesgas, no me domestiques, camina conmigo, juégame, gáname, tiéntame. Acompáñame al cielo y si el infierno nos llama, quémate conmigo. Junta tus manos con las mías, tus rezos a mis súplicas, tus ojos a mis pupilas y tu corazón a mis latidos. Pero sólo si quieres, vida mía, si quieres”.
Ah, y soy de un pueblo. Amo profundamente El Carmen de Viboral y, tengo el gusto de caminar entre calles costumbristas, sonrisas de mis vecinos y ese ambiente tranquilo que solo me brinda mi querido pueblito. Esta es la parte de la historia donde muchos se pondrán rojos como aquel tomate, pero yo no. Estoy orgulloso de ser un pueblerino, como comúnmente nos llaman despectivamente aquellos citadinos con presunciones sosas.
Siempre amé las artes plásticas, las matemáticas y educación física, como todos. Odié materias como sociales, filosofía y español o, castellano; no obstante, la vida da mil vueltas, y ahora soy estudiante de Comunicación social, en la Universidad Católica de Oriente. Y claro, al presente sí hago mis trabajos.
Me apasiona escribir, aunque a veces mis obligaciones académicas me presionen a hacerlo. Soy inquieto por el mundo digital, las redes sociales y todo lo que sea visualmente atractivo.
Siempre he jugado baloncesto, o al menos desde que lo recuerdo –no quiero recordar cuando practiqué futbol y fui todo un fracaso-. Es que yo era de los que jugaba de defensa y, en realidad, me quedaba dibujando en la arena.
¿Qué me gusta? Todo, o bueno casi todo. Suelo ser muy ‘todoterreno’, parcho donde sea, siempre he dicho que lo importante es la buena compañía que se tenga en el momento. Amo el cine, amo comer, reír y dormir. En ocasiones me las doy de modelo, filósofo, Cohelo e ‘importaculista’, esas son mis máscaras.
Me embriago de vez en cuando, me gusta la rumba y sufro de pereza crónica todas las mañanas. Soy espontaneo y extrovertido; sin embargo, mi piel blanca delata cuando sufro de pena, pareciera voy a explotar o ser un tomate de esos de aliño. Soy romántico, a veces en exceso. Me aguanto a mí mismo en aquellos días del mes donde me da la crisis existencial, o ‘malparidez’ como le llaman mis amigos. En esos días suelen compararme con un semáforo: mi humor cambia eventualmente.
Mi mamá dice que aún soy un niño, aunque tengo 23 años de edad, mido 1,82 y, obvio, quiero crecer más. Sí, física y profesionalmente. Ambiciono mucho, demasiado. Creo que debemos soñar cada día cosas grandes, sin dejar de tener los pies firmes sobre la tierra.
Si del corazón se trata, el amor de mi vida es mi hermana, mi mamá es mi media naranja y mi papá mi alma gemela. Amar no sé, pero estoy aprendiendo. La embarro cien veces al día, pero siempre trato de arreglarlo. Creo que voy a morir solo, o al menos, con siete gatos. Seré el tío rico de la familia, ese que visionamos con una copa de licor, un tabaco, su sofá de cuero y una pijama de unos mil dólares.
Es que nadie quiere a alguien que gusta del alcohol y la pornografía. Nadie quiere a su lado alguien malhablado y que coma de más. De verdad, no creo que alguno de ustedes pretenda estar con alguien que no se peina con frecuencia, que no sabe hacer de comer y, aunque no lo crean, egoísta y efímero; no obstante, como diría Mercedes Reyes Arteaga: “Pero si lo quieres, si me quieres y te arriesgas, no me domestiques, camina conmigo, juégame, gáname, tiéntame. Acompáñame al cielo y si el infierno nos llama, quémate conmigo. Junta tus manos con las mías, tus rezos a mis súplicas, tus ojos a mis pupilas y tu corazón a mis latidos. Pero sólo si quieres, vida mía, si quieres”.
Ah, y soy de un pueblo. Amo profundamente El Carmen de Viboral y, tengo el gusto de caminar entre calles costumbristas, sonrisas de mis vecinos y ese ambiente tranquilo que solo me brinda mi querido pueblito. Esta es la parte de la historia donde muchos se pondrán rojos como aquel tomate, pero yo no. Estoy orgulloso de ser un pueblerino, como comúnmente nos llaman despectivamente aquellos citadinos con presunciones sosas.
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