Siempre le pertenecerá, aunque ya no esté junto a él.
Quizá un adiós no sea fácil. Bueno, me atrevo a decir que con seguridad nunca lo será.
Despedir a quien se ama ha sido una tortura que tal vez muchos hemos vivido. No ha sido sencillo decir adiós y, mucho menos, si ese alguien se lleva un pedazo de nuestro corazón.
Por supuesto que la vida sigue y el tiempo traerá la calma; sin embargo, hay quienes esa calma la encontraban en quien se fue.
Cuesta mucho dejar atrás algo que nos llenó de alegría. Cuesta cambiar las rutinas y las compañías. Cuesta despertar y no verle más. Cuesta no volver a escuchar los susurros de su amor. Cuesta mucho, pero es inevitable...
Es otra realidad, claro que lo es. Un adiós nos deja ciegos y vacíos, no cabe duda de eso.
No diré que deseo una eternidad para todos, porque eso sería ilusorio. Al menos, por hoy, desearé que las despedidas no sean tan trágicas, que todo el que se vaya nos deje un bonito recuerdo y, cuando lo hagan para siempre, prometa antes de irse que será feliz donde sea que llegue.
Y sí, ahí está él, en la puerta de un cementerio queriendo traer a quien un día le dijo adiós, a quien un día quizá amo con todas sus fuerzas y no pudo mantenerle por más tiempo. Ahí está, quitando su sombrero y agachando la mirada, recogiendo su corazón y recordándole que siempre le pertenecerá aunque ya no esté junto a él.

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