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Para los buenos recuerdos, un helado.

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Cuando niño solía montar bicicleta con mi papá, era un parche fijo los sábados en la mañana. Lo recuerdo a él en su bici verde y, a mí, en una roja, como mi color favorito en ese entonces. Después de cada ruta, el premio era un helado. Él prefería el sabor a coco y yo, el de chocolate.  También recuerdo que los domingos íbamos a misa en familia y, como todo niño rebelde que se negaba a hacerlo, me prometían un helado. Terminaba aceptando la propuesta, era tentadora e irresistible. Para los domingos mi favorito era el Choco-cono. Todo un clásico.  A mi tía Isme, que es como mi segunda mamá, también le gusta el helado. Cada cumpleaños recibo su llamada y, al finalizar, se despide con un “en estos días salimos por un heladito de cumpleaños”. Así en diminutivo, porque lo hace más tierno, como ella.  En mi mente también tengo recuerdos del colegio, de aquellas tardes en donde salíamos en combo, hablando de lo grandes que nos sentíamos para unas cosas, pero de lo pequeños para ...