Tregua lasciva
Su mirada penetraba fuertemente. Sus labios gesticulaban balbuceos arrasadores. Sus manos eran un torrencial de caricias que inquietaban el existir. La noche, fría y serena, prestaba su manto para encubrir el deseo carnal que sentían el uno por el otro. La luna presente de la cercanía entre sus ojos, sus labios, sus cuerpos y, sus almas.
No tardó en amanecer para que hubiese gusto,
atracción e ilusión; no tardó en amanecer para que la luz cubriera sus cuerpos
desnudos, envueltos en sábanas y repletos de pasión.
Era él un ser tan peligroso, tan devastador y
destructor como la muerte. Si te quedas mirándole
fijamente te aniquilarás, se te caerá el mundo encima y la vida pasará frente a
ti, tan rápido que ni cuenta darás de eso; pero su par, prefería perderse en el
mar de sus ojos, en la profundidad de su sonrisa y en la dureza de su corazón, a
pesar de ser consciente del peligro que corría con idolatrarle, con añorarle y
desearle a cada minuto que en aquel día transcurría.
La partida no fue difícil, pues la costumbre
de estar lejos los escoltaba; sin
embargo, en la mente de uno de ellos pasaban los recuerdos de lo sucedido, una
y otra vez, como si de un fuerte gusto se tratara. Tenían claro que más allá
nada sucedería. Aunque para ellos existían miles de posibilidades, decidieron
tomar la más dolorosa: besar un labio ajeno, deleitarse con un cuerpo consumido
y derrochar parpadeos en miradas forasteras. Nunca pensaron en lo agobiante que
podía ser, solo rumiaron la idea de volverse a ver, sentir y curiosearse el uno
al otro, como si de dos imanes se tratase, opuestos pero atrayentes entre sí.
Comentarios
Publicar un comentario